«Te tomé de las muñecas y las até a la cuerda, mirándote a los ojos. Sonreías, coqueta y traviesa, mientras permitías que hiciera de ti lo que quisiera, lo que me viniera en gana. Si lo deseaba, lo haría… y tú lo permitirías.
Te jalé hacia mí y a unos centímetros de mis labios, murmuraste:
‘Soy tuya. Toda tuya. Muérdeme, ámame, bésame. Házme el amor, que soy tu esclava y tu
prisionera’.
Oh, amor mío.
El prisionero era yo.»
Prisioneros, de Salvador A. Pérez Rosas, 2009.