José de Sousa Saramago (1922-2010) fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, Saramago fue reconocido por muchos medios como un escritor ejemplar y crítico ante la injusticia social no sólo de su país, sino de otros con gobiernos opresivos o con tendencias belicosas. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía».
La obra de José Saramago se caracterizó por interrogar la historia de su país y las motivaciones humanas. Encontrar las claves por las que un imperio quedó relegado a un segundo plano respecto al resto de Europa y entender el accionar del hombre fueron sus preocupaciones centrales. Pero aunque su novelística tiene como eje vertebrador la realidad de Portugal y su historia, no se trata, sin embargo, de una narrativa histórica, sino de relatos donde la historia se mezcla con la ficción y con lo que podría haber sido, siempre a través de la ironía y al servicio de una aguda conciencia social.
Saramago fue autor también de novelas con cierto corte crítico y controversial tal y como fue «Caín», su última obra. Con ella, Saramago critica el hecho de que no se haga una interpretación literal de la Biblia y el hecho de que por mucho tiempo la Iglesia prohibió la lectura de ésta, insurgiéndose contra el absurdo de la mayoría de católicos, quienes son manipulados a tal punto que llegan a creer en la nada ya que poseen una Biblia que no leen ni discuten, sin aplicar la razón en circunstancias como éstas, entregándose atados de pies y manos a los que tienen y abusan del poder.
Para Saramago, «la razón de escribir, en el fondo, no es más que esa: escribir». Comentaba que no escribía para agradar a los lectores ni para desagradarlos, pero sí para desasosegarlos. «Me gustaría que todos mis libros fueran considerados como libros del desasosiego», diría en una entrevista en España.
A continuación una de sus citas más célebres, en respuesta a su crítica religiosa y a su conocido ateísmo.
«No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy buena persona».
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